– El capitán ha
desparecido.
– Tonterías.
Estará en su camarote.
– No está en su
camarote. La puerta estaba abierta y hemos entrado. No estaba.
– Pues estará por algún rincón del barco. A veces se da una
vuelta a estas horas.
– No está en
ningún lado, lo hemos recorrido todo.
– El barco es
grande…
– Cada
centímetro, hemos mirado en cada rincón. No está. Ha caído al mar.
– Tonterías.
El oficial se
levantó perezosamente de la cama y comenzó a vestirse mientras refunfuñaba:
– Tonterías,
tonterías… ¿Cómo se va a caer al mar? ¡Absurdo!
– No está en el
barco – insistía el marinero.
– Mis cojones.
Ya vestido, el
oficial salió del camarote seguido del marinero. Otros marineros estaban de pie
en el pasillo sin saber qué hacer.
– ¿Están todos
aquí? – preguntó el oficial.
– Faltan
Almendros y Bušić. Han ido a mirar a la sala de máquinas.
– ¿Bušić?
– El croata.
– Ah… Bien, bien. A ver
quien me invita a un cigarro mientras les esperamos…
Varios marineros sacaron
tabaco, circularon un par de encendedores, y todos comenzaron a fumar en silencio.
Aparecieron Almendros y
Bušić por el fondo del pasillo.
– No hemos encontrado nada
–dijo Almendros. – En la sala de máquinas no hay nadie.
– En algún sitio tendrá
que estar.
– Quizás deberíamos…
– ¡No me vengas otra vez
con que se ha caído al mar, Romano!
– Ya pero…
– Está en el barco. Tiene
que estar. Dejadme pensar un momento.
El oficial su puso a
caminar pasillo arriba y abajo, fumando a caladas cortas. Los marineros le
seguían con la mirada como si fueran metrónomos humanos. Uno de ellos levantó
la mano, pero como el oficial no parecía darse cuenta, acabó por decir:
– ¿Y sí…? ¿Y si el
capitán… nos está esquivando o algo?
El oficial detuvo su
deambule y estudió fijamente la cara del marinero que había hablado.
– ¿Esquivarnos?
¡Esquivarnos! ¿Quieres decir que se está escondiendo?
– Bueno, s-sí…
– Mmh… ¡Romano! ¿Dijiste
que la puerta de su camarote estaba abierta?
– Sí, señor.
El oficial arrojó el
cigarro y lo apagó con el pie.
– Venid conmigo.
Los marineros formaron
fila india y le siguieron.
Llegaron al camarote del
capitán. La puerta estaba cerrada. El oficial llamó golpeando con los nudillos.
– ¡Capitán! ¿Esta ahí?
¡Capitán!
Pasaron unos segundos sin
respuesta.
– ¡CAPITÁÁÁN!
El oficial chasqueó la
lengua y abrió la puerta. Entró en el camarote y echó un vistazo. No había
nadie. Chasqueó la lengua de nuevo. Tras unos instantes de reflexión asomó la
cabeza por el pasillo y dijo:
– Entrad. ¡Entrad todos!
Los marineros
obedecieron y fueron entrando. Pasó un buen rato hasta que el último pudo
cruzar la puerta, el espacio era tan reducido que cada vez que entraba algún
marinero tenían que redistribuirse los demás para hacerle sitio.
Una vez
estuvieron todos dentro, el oficial puso los brazos en jarras y preguntó:
– ¿Veis al
capitán? ¿Está el capitán en su camarote?
Los marineros
se miraron los unos a los otros sin saber que contestar.
– ¿Está o no
está? – insistió el oficial.
Unos pocos
negaron con la cabeza, cosa que pareció satisfacer mucho al oficial. Una
sonrisa curva apareció en su rostro. Abrió espacio entre los marineros de
alrededor suyo apartándolos con la mano y se agachó hasta ponerse a cuatro
patas. Miró entonces debajo de la cama.
– ¡Capitán!
¡Salga de ahí, capitán!
A algunos
marineros se les escapó la risa, tomando aquello como una broma, pero se
quedaron mudos cuando vieron asomarse por debajo de la cama una cabeza con pelos
blancos.
– ¡Salga de
allí, capitán!
El hombre
canoso se arrastró torpemente por el suelo mientras los marineros y el oficial
se apretujaban formando un círculo para dejarle sitio. En cuanto consiguió
salir por completo de debajo de la cama un par de marineros le agarraron por
las axilas y le ayudaron a ponerse en pie.
Los marineros
contemplaron en silencio al viejo. Llevaba la camisa abierta, el pelo
alborotado, el rostro muy pálido y los ojos hundidos, rodeados de piel
amoratada. Los labios estaban manchados de color negro y dibujaban la sonrisa
nerviosa de los niños cuando se les sorprende cometiendo una travesura.
– ¿Ha estado
bebiendo vino, capitán? – dijo el oficial dándole ritmo infantil a la pregunta.
– N-no…, no.
Vino no – contestó el hombre mordiéndose el labio inferior.
Romano agarró
entonces al oficial por las solapas del uniforme y lo atrajo hacia sí en un
gesto brusco.
– ¿Qué coño está pasando aquí? – le preguntó mirándole fijamente – ¿Quién es este
hombre? ¿Dónde está el capitán?
Hermanos Alquézar, 2016