Paisaje interior
del 9 de noviembre al 12 de diciembre
Carmen
Benítez Robles
No trabajéis según la
naturaleza. El arte es abstracción. Tomad de la naturaleza lo que de ella veáis
en vuestros sueños.
Paul Gauguin, Sobre
el color
Una masa confusa de ramaje y yerba
crece retorciéndose sobre cercas y márgenes; vestigios abandonados del paso del
hombre que devorados por la maleza acaban por integrarse en ese organismo de
naturaleza salvaje. En el cielo, las nubes se revuelven y desgarran,
confundiéndose con la bruma, diluyendo el cielo en un oleaje tormentoso de humo
y niebla. Los paisajes de Carmen Benítez, aunque vacíos de presencia humana o
animal, rezuman vitalidad, movimiento y agitación orgánica: respiran, palpitan,
se contorsionan.
Carmen Benítez Robles nació en Cádiz y vivó toda su infancia y juventud frente al mar y bajo el sol de
Puerto Real. Siendo niña sus padres la apuntaron clases de pintura y flamenco. Dejó
de bailar pronto, pero continuó pintando hasta día de hoy, en el que ya no
considera otra perspectiva de trabajo que no sea esa. Cualquier otra actividad
es accesoria.
En la adolescencia
emprendió clases con el pintor Javier Molina, con quien realmente adquirió los
primeros conocimientos técnicos, pero, más importante aún, de quien aprendió a
entender la abstracción a través de la figuración: Molina le enseñó a ver más
allá de los objetos para descubrir las formas, las luces y el color. La pintura
dejó de ser para ella mera habilidad imitativa y se convirtió en algo mucho más
complejo y estimulante.
Acabó el instituto
con dos perspectivas: pintar y distanciarse de Puerto Real. Sevilla quedaba
demasiado cerca, así que se matriculó en la Facultad de Bellas Artes de Madrid.
En la Complutense
los profesores apenas se dirigían a los alumnos salvo para recordarles el
prestigio de la institución o preguntarles con impertinencia si habían oído
hablar de tal o cual pintor ultraconocido. El ambiente frío y academicista
restó motivación en los primeros años de estudios pero pasados un par de cursos
Carmen asumió que para alcanzar la mayor libertad creativa debía proveerse de
todas las herramientas que tuviese a su alcance, empezando por la técnica. Ingresa
entonces en el círculo de Bellas Artes donde dedica horas a pintar y dibujar:
modelos de desnudo, bodegones, esculturas… Se interesa principalmente por el
retrato, la representación del cuerpo, explorando la contorsión, la gestualidad,
el movimiento de la carne y la elasticidad de la piel. Se fija en Egon Schiele,
en Freud. Son años de entrenamiento técnico continuo, intenso, obcecado.
En el penúltimo año
de carrera se da un momento de escisión: Dani, su compañero de estudios y
prácticamente su único amigo en un ambiente hostil de estudiantes altivos y
recelosos, muere. Con la necesidad de cerrar todo aquello que compartía con él,
decide cambiar de ciudad y de motivo pictórico. Se traslada a Barcelona para acabar
los estudios y deja de pintar cuerpos. Casi de forma aleatoria, decide volcarse
en el paisaje.
Benítez aplica la técnica aprendida en
la representación del cuerpo para pintar paisaje, dotándole de un cariz
orgánico y vivo. Se fija en Turner y en Friedrich, pero no olvida a Freud.
Utiliza fotografías
como punto de partida, como mera referencia sobre la que construir un paisaje
nuevo, ficticio. A menudo son fotos tomadas en su Cádiz natal, pero que recogen
paisajes que raramente pueden contemplarse allí y que se alejan del imagen
popular que se tiene del lugar (sol, arena, cielos despejados), como las brumas
o los caminos embarrados. Esto da un doble valor. Por una parte, el motivo
recurrente la niebla aporta una cualidad estética singular al paisaje, al
actuar sobre él como signo de puntuación, ocultando o resaltando elementos,
dotando de un ritmo interno a la pintura.
Por otra parte, el
aspecto inusual de estas imágenes de Cádiz sirven como motivo simbólico para
cuestionar las nociones preconcebidas, simplistas y estáticas. Sí, esto también
es Cádiz. Cádiz puede ser fría y gris. El paisaje (menos aún la naturaleza) no
es estable, no es inmutable; por el contrario, es cambiante y esconde infinitas
facetas.
En este sentido, no
hay una verdadera intención imitativa en la obra de Benítez. Las fotografías
son solo una excusa para dar las primeras pinceladas. Un referente sacado de la
naturaleza, de lo real, sirve para desenterrar otro paisaje más profundo,
subjetivo, humano, que habla menos de lugares externos para hablar de espacios
mentales, de paisajes interiores.
Paisaje interior puede visitarse en
La Máquina (c/ Eterna Memòria, 2)
hasta el 12 de diciembre; de lunes a jueves de 10h a 19h, viernes de 10 a 15h.
Exposiciones anteriores de Carmen Benítez Robles
2018 Revel (Francia) Exposición colectiva, Arts Vagabonds
2018 Ubrique
(Cádiz) Exposición colectiva, LIII
Certamen Andaluz de Pintura Villa de Ubrique
Contacto: cbenitezrobles@gmail.com
Instagram: @cbenitezrobles